Nuestra vida está organizada alrededor del género, en forma imperceptible. Parece natural nacer varón o mujer, e incluso la crianza de nuestros hijes en forma diferente según el sexo biológico que traen al nacer, para que sus comportamientos futuros estén adecuados a determinados patrones, que se toman como naturales, y “normales”. Alejarnos de esos patrones es algo disruptivo, en el plano individual –personas intersexuales al nacer o que viven su género diferente a la mayoría-; y en el plano colectivo, como por ej. las movilizaciones del 8M, las marchas por la diversidad, entre otras. Los patrones de género están basados en las diferencias y no son inocuos, pues conllevan desigualdades para las personas y traen consecuencias, tanto cuando se cumplen como cuando eso no sucede. Cuando hablamos de perspectiva de géneros nos referimos a poder reconocer y contemplar la trama de desigualdades estructurales que subyace a los procesos de socialización de género en el ámbito familiar, en los espacios educativos, culturales, laborales, organizacionales, de modo de no naturalizarlas ni reproducirlas sino, por el contrario, poder revisarlas, cuestionarlas y tender a revertirlas. Resulta oportuno discutir esta asociación sexo-género:

• ¿Es del orden de la naturaleza? ¿Existe algún tópico de la vida de las personas en sociedad que sea “exclusivamente” natural? ¿Podemos seguir sosteniendo que la regulación de los modos de vivir el género se corresponde con las leyes de la naturaleza, cuando se introduce en nuestra cotidianeidad vinculada a los modos de hacer y ser?
• ¿Se corresponde con el sexo biológico? ¿Por qué la existencia de dos sexos-genitalidades mayoritarias obtura, niega y pretende “corregir” otras formas?

El género nos atraviesa, no solamente desde el punto de vista biológico sino también cultural. Este cruce, constituye lo que llamamos identidad de género, concepto que refiere al nivel individual, pero se construye en una trama social, de acuerdo a parámetros propios de cada cultura en un tiempo y un momento histórico. Y se relaciona con el orden de género que refiere a la estructura de relaciones sociales que establece las reglas de juego en relación a las personas y sus cuerpos; así como las prácticas que se desarrollan. La construcción de nuestra identidad de género no es individual, se inscribe en esos  patrones culturales, que en cada tiempo y lugar, con características particulares,   construye lo que es la masculinidad, la femineidad, lo diverso. El orden de género de una sociedad

• produce reglas, comportamientos, formas de ser en el mundo y de relacionarse
• es fuente de placer, seguridad, reconocimiento, identidad; y también de desigualdad, injusticia, violencia
• condiciona a varones, mujeres, identidades no binarias como personas y también como colectivos

En este análisis deben ser considerados los múltiples factores o interseccionalidades como pueden ser la edad, la condición socioeconómica, la discapacidad, el lugar de residencia, la pertenencia étnica, la religión, entre otros. Asomándonos  a las realidad En el 2018, ONU Mujeres lanzó su informe emblemático, “Convertir las promesas en acción: igualdad de género en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible ”. El informe demuestra a través de pruebas y datos concretos la naturaleza dominante de la discriminación contra todas las mujeres y niñas en todas partes, y presenta recomendaciones viables sobre cómo cumplir con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. La Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, dijo: “…Como mundo, nos comprometimos a través de los ODS a no dejar a nadie atrás. Los nuevos datos y análisis de este informe subrayan que, a menos que el progreso en la igualdad de género se acelere significativamente, la comunidad global no podrá cumplir su promesa. Esta es una señal urgente de acción….”. Algunos datos sobre lo que sucede en América Latina: Mercado de trabajo: Las mujeres tienen una baja participación en el mercado de trabajo y la brecha de género en este ámbito supera el 25%, siendo  una de las más altas del mundo. Si bien en los últimos 50 años se observaron importantes avances (la tasa de participación femenina pasó de alrededor del 20% en la década de 1960 a más del 60% a inicios de la década de 2010), el ritmo de crecimiento se desaceleró a partir de los años 2000.Una vez dentro del mercado, las mujeres tienden a participar en empleos de baja calidad y remuneración, produciéndose una brecha salarial por género. Otro de los principales desafíos que siguen enfrentando las mujeres en el mercado de trabajo es la expectativa cultural sobre su papel como principales cuidadoras. De hecho, las mujeres en la región dedican más del doble de horas a responsabilidades domésticas y de cuidado no remuneradas que sus pares masculinos. Los pueblos indígenas, las personas afrodescendientes, las personas con discapacidad y las personas LGBTQ+ enfrentan barreras únicas en el mercado laboral. Las brechas de empleo entre los distintos grupos étnicos-raciales de América Latina y el Caribe se manifiestan en su diferente participación en sectores económicos u ocupaciones. Dichas poblaciones tienden a trabajar en empleos informales, de baja calidad y remuneración, como en la agricultura, la artesanía y la provisión de servicios elementales (servicio doméstico y venta ambulante, por ejemplo). Además, las personas con discapacidad tienen una mayor probabilidad de ser desempleadas: entre los jóvenes de 24 a 35 años en América Latina y el Caribe, la tasa de empleo para hombres con discapacidad es 24 puntos porcentuales más baja que para los hombres sin discapacidad, y para las mujeres, es 12 puntos porcentuales más baja. Además, las personas LGBTQ+ tienden a subreportar sus identidades de género y orientaciones sexuales en sus empleos por miedo a ser discriminados, acosados, o despedidos Emprendimientos: las mujeres emprendedoras enfrentan mayores barreras que sus pares masculinos por la complejidad para acceder a redes y mercados para sus productos, el difícil acceso a formación y servicios de desarrollo empresarial, la falta de familiaridad con las facilidades de crédito comercial (lo que provoca una mayor aversión al riesgo y dependencia de fuentes informales de financiación), los activos de menor valor que conducen a mayores requisitos de garantías, y el rol primario en el cuidado del hogar. Además, las mujeres empresarias se concentran principalmente en micro y pequeñas empresas en sectores como el comercio, los servicios y la manufactura, y hay poca representación en sectores de alta productividad o áreas relacionadas a CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). En la región, apenas el 20% de los cargos de alta gerencia en la administración pública están ocupados por mujeres y, de hecho, ellas representan menos del 10% de las juntas directivas en las empresas. Los pueblos indígenas, las personas afrodescendientes, las personas con discapacidad y las personas LGBTQ+ tienen mayores dificultades para acceder a servicios de apoyo al emprendimiento. Por ejemplo, en Brasil, la mayor parte de los microemprendedores de bajos ingresos no tiene acceso al crédito productivo, particularmente aquellos que son afrodescendientes: al 37% le fue negada la solicitud de crédito, mientras que los porcentajes para los blancos y mestizos es del 28,6% y 23,1%, respectivamente. Además, deben pagar una tasa de interés más elevada. Esta brecha de inclusión financiera también se observa en México, donde solo el 21% de los indígenas e igual porcentaje de afrodescendientes hacen uso de servicios bancarios, muy por debajo de la tasa de bancarización de la población que se identifica como blanca o mestiza. Salud y educación: en el ámbito sanitario, una gran proporción de mujeres de la región carece de acceso a la tecnología reproductiva. La mortalidad materna se mantiene elevada y las adolescentes (15-19 años) presentan tasas de embarazo que superan en 20 puntos el promedio mundial. Los pueblos indígenas, las personas afrodescendientes, las personas con discapacidad y las personas LGBTQ+. grandes barreras en relación con el resto de la población en el acceso a servicios de calidad de educación y salud. La población indígena y afrodescendiente en la región completa en promedio menos niveles escolares que el resto de la población: entre las personas de 25 a 64 años, el 60% de los afrodescendientes y el 72% de las personas indígenas cuentan con educación secundaria o menos, comparado con el 55% para el resto de la población. En el ámbito sanitario, las mujeres indígenas enfrentan amplias brechas en el acceso y uso de los servicios de salud. Por ejemplo, en las comarcas indígenas de Panamá, los indicadores de morbilidad y mortalidad materna y neonatal son muy elevados con respecto al promedio nacional. Además, las personas LGBTQ+ enfrentan importantes desventajas a lo largo de su ciclo de vida. Por ejemplo, el 75% de los estudiantes LGBTQ+ en Colombia recibe comentarios homofóbicos en la escuela y la mitad de los pacientes LGBTQ+ en México indica que los trabajadores sanitarios no están entrenados para atenderlos. Por otro lado, las personas con discapacidad obtienen resultados académicos más bajos. La brecha promedio respecto a las tasas de terminación de la escuela secundaria entre los jóvenes con discapacidad y los jóvenes sin discapacidad es del 13%. Las personas con discapacidad también enfrentan varias barreras en el acceso a servicios médicos: por ejemplo, solo el 3% de ellas en la región tiene acceso a servicios de rehabilitación. Violencia basada en género: una de cada tres mujeres de 15 a 49 años ha sufrido alguna vez violencia física y/o sexual por parte de una pareja. Esto tiene un impacto perjudicial (físico y psicológico) en la salud de las sobrevivientes y también afecta a su condición económica y a sus oportunidades de desarrollo, aumenta la probabilidad de que los niños sufran maltrato, castigos físicos o cuidado negligente/disfuncional e incrementa la probabilidad de que los menores reproduzcan estos comportamientos en su adultez, propagando el ciclo de violencia. Las mujeres indígenas, afrodescendientes, LBT y con discapacidad tienen un gran riesgo de experimentar acoso y violencia en la región. Sin embargo, este fenómeno se encuentra invisibilizado para estas poblaciones por la falta de acceso a los servicios de denuncia y atención a las víctimas. A nivel mundial

• 13 millones de niñas y adolescentes menores de 20 años dieron a luz en 2019.
• El 28% del personal de investigación en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) son mujeres.
• El 80% de las personas desplazadas por la crisis climática son niñas y mujeres.
• el 45% de las mujeres no controla la toma de decisiones en torno a su propia salud sexual y reproductiva. Además, el 27% no tiene acceso a una educación sexual integral.
• En 2019, el 16% de las adolescentes de 15 a 19 años fueron casadas antes de cumplir los 18 años, frente al 19% en 2012. A este ritmo, se necesitarán 100 años más para erradicar el matrimonio infantil.
• En 27 países, las mujeres casadas están legalmente obligadas a obedecer a sus maridos, y en 16 de ellos estas se enfrentan a sanciones legales si no lo hacen.
• En todo el mundo, un tercio de las mujeres y de las niñas ha sufrido violencia física y/o sexual. Menos del 40% ha buscado ayuda y, entre ellas, sólo el 10% ha acudido a la policía.
• En 119 de 180 países, el acceso al aborto está sujeto a condiciones.
• En 88 de 180 países, las mujeres no pueden trabajar en determinadas profesiones en las mismas condiciones que los hombres, y en 24 países necesitan el permiso de sus maridos o tutores legales para trabajar.
• El 47% de la población mundial cree que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres.
• En 125 países, las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de sentirse inseguras al caminar solas de noche en su propio barrio.

En 2021, el Foro Económico Mundial estimó que se necesitarán 135.6 años para eliminar las desigualdades de género en el mundo. Releyendo los valores y principios en clave de géneros  La igualdad de género es  una  condición  indispensable para  el desarrollo  y la convivencia  en  las  organizaciones  cooperativas y de la Economía Social y Solidaria  por  la  coincidencia entre  los planteamientos sus valores y principios y el cumplimiento de los derechos humanos de las personas. El conocido carácter y gestión democrática de las organizaciones de la ESS y la horizontalidad son pilares fundamentales dentro de sus principios; por ello han sido y son ejemplo de cohesión social en la lucha por una sociedad más justa y equitativa. El   desarrollo de normativas en pro de la igualdad en los ámbitos nacionales, regionales e internacional, han creado el clima propicio para que las organizaciones de la ESS incorporen medidas para la promoción de la misma, debiendo concebirse estas medidas como un elemento transversal en sus culturas organizativas, en su ética y razón de ser. La   sociedad   se   encuentra   en   tiempos   de   revisión   de   patrones   de   conducta, históricamente signados por la discriminación, el acoso y la violencia de género, prácticas que, naturalizadas o invisibles, forman también parte de la cultura de las organizaciones y ponen en riesgo la solidaridad, los valores comunitarios y la empatía. Ante ello, y en cumplimiento de sus valores y principios, las organizaciones de la ESS deben lograr una cultura organizacional que respete los derechos humanos, garantice la no discriminación de cualquier tipo, contemple la diversidad y promueva la democracia participativa. La integración de la perspectiva de géneros y generaciones en los procesos de ESS permite cuestionar y transformar las relaciones de dominación/poder, así como las desigualdades construidas en el modelo económico dominante (patriarcal y capitalista), reproducidas y reforzadas en el mundo del trabajo. Así, la integración de la perspectiva de géneros y generaciones en la ESS permite comprender los mecanismos del patriarcado y su impacto en la vida cotidiana de las mujeres los varones y las  identidades no binarias e implica el  desafío de trabajar  en una profunda transformación social, económica, cultural y ambiental para reducir las brechas de géneros y generaciones, es decir, superar la distancia que existe entre mujeres, varones, identidades no binarias en el acceso, participación, asignación, uso, control y calidad de recursos, servicios, oportunidades y beneficios del desarrollo en todos los ámbitos de la vida organizacional. La la integración de la perspectiva de géneros y generaciones en la ESS es  la  oportunidad  de construir organizaciones inclusivas, equitativas y sin violencias, valorando y aprovechando los aportes de cada persona, desde un reconocimiento de sus derechos, sus potencialidades, su diversidad, los sentires y visiones de todas y todos en confianza, basados en objetivos comunes de transformación, deconstrucción y reconstrucción individual y colectiva.